Robaste mi show

TOBY MAC
Robaste mi show

“Al día siguiente, Juan vio a Jesús que se le acercaba y gritó: 
“¡Aquí está, el Cordero de la Pascua de Dios! 
¡Él perdona los pecados del mundo! 
Este es el hombre del que he estado hablando, 
‘el que viene detrás de mí, pero en realidad está delante de mí’. 
Yo no sabía nada acerca de quién era, sólo esto: 
que mi tarea ha consistido en preparar a Israel para que lo reconozca como el Dios que se ha revelado. 
Por eso he venido aquí bautizando con agua, dándote un buen baño y restregando los pecados de tu vida para que puedas empezar de nuevo con Dios””.
Juan 1:29-31  

Así que me apartaré del camino, 
Te daré el centro del escenario.
–TobyMac

Todo el mundo sabía quién era Juan el Bautista. 
Las multitudes acudían al campo para escucharlo hablar. 
Era influyente y controvertido. 
Era el vaso escogido de Dios. 
El propósito de Juan era llamar al pueblo de Dios al arrepentimiento. 
Su misión era preparar sus corazones para la llegada de su Mesías. 
Era sin duda el trabajo más importante que se le había encomendado a un hombre. 
Jesús mismo dijo de Juan que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista. 
Es un fuerte respaldo.

Hoy en día, vemos a nuestro alrededor como el poder y la influencia pueden corromper; en los negocios y la política, incluso en la religión. 
La verdad es que no tenemos que mirar más allá de nuestros propios corazones para ver cómo podemos ser tentados. Danos cualquier pequeña ventaja y a menudo nuestro primer instinto es utilizarla para nuestro propio beneficio. No era diferente en los días de Juan el Bautista. 
Los que tenían poder eran tentados y a menudo corrompidos por él.

Pero Juan contrasta fuertemente, y lo que lo distingue es su humildad. A pesar de todo su poder e influencia, Juan nunca empezó a creer que se trataba de él. 
En el tercer capítulo de Juan, los propios discípulos de Juan el Bautista se acercaron a él, aparentemente preocupados. 
Acababan de descubrir que las multitudes que antes seguían a Juan, ahora seguían a Jesús. 
Probablemente estaban celosos de la reputación de su rabino. 

Pero Juan, con total humildad, responde El amigo que asiste al novio lo espera y lo escucha, y se llena de alegría cuando oye la voz del novio. 
Esa alegría es la mía, y ahora es completa. 
Él debe hacerse más grande; yo, menos. 

Desde el momento en que Jesús comenzó su ministerio público, Juan aceptó de buen grado la verdad de que su propio momento de protagonismo había terminado. 
Sólo había sido un siervo fiel, un amigo del novio. 
No era su espectáculo. 
Nunca lo había sido. 
Juan era sólo el preámbulo. 
Cristo era el título principal. 
Y en lugar de aferrarse a los restos de cualquier posición e influencia que pudiera haber conservado para sí mismo, Juan lo soltó todo y se hizo a un lado, para que la gloria de Cristo pudiera ser revelada. 
Esto hace de Juan el Bautista un gran ejemplo para todos nosotros. 

Cuando nos demos cuenta de que empezamos a preocuparnos por nuestro propio estatus o reputación, es hora de recordar de quién es realmente el espectáculo y de apartarnos humildemente.

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